Algo tiene el Mar Mediterráneo que hace a cualquiera feliz. Lejos del frío de Manchester, con su clima poco aciago y la soledad de la ciudad inglesa, Rasmus Hojlund ha florecido como flor en primavera. Lo ha hecho en Nápoles, en Italia, una ciudad que ha acogido a un jugador que parecía encaminado al vertedero de promesas rotas y que, sin apenas esperarlo nadie, ha recobrado vida como futbolista.